10 septiembre 2007

Diez retos políticos para una religión del futuro razonable


El debate sobre la asignatura de “Educación para la Ciudadanía” ha vuelto a poner, ante nuestros ojos, la existencia de un discurso religioso que pretende competir con la democracia. La emergencia del fundamentalismo islámico y el resurgir del integrismo católico cristiano han puesto de nuevo, en el debate político, el sentido y el futuro de la religión.

No me cabe la menor duda de que la religión tiene futuro. Y tal futuro está garantizado por la persistencia del misterio. La religión es una respuesta imaginativa ante preguntas sin respuestas empíricamente comprobables. Lo misterioso no es el ámbito de lo desconocido, sino del conocimiento de lo desconocido. El misterio no es la ausencia de conocimiento, sino la conciencia de esa ausencia. En definitiva, es aquello de “saber que no se sabe”.


Pero este acercamiento a lo misterioso se realiza por medio de lo social, por ello existen distintas religiones y religión y poder han estado - y están aún - tan unidos. Y está siempre trufado de una economía moral y emocional poderosa.


Nos agrupamos ante el misterio por simple aversión al riesgo: por eso la religión es básicamente “sentimiento de pertenencia”. Misterio y pertenencia forman el binomio conceptual de lo religioso.
Es el miedo y la impotencia ante la incertidumbre la que motiva el afán religioso. Por eso la religión nunca es individual, sino colectiva. Como muy bien describió Durkheim, las religiones personifican (hipóstasis) el “poder social”, frente al misterio y el azar, en una figura que es “Dios”. Este no es, sino, la forma de reconocimiento mitificado y deificado de lo social. En unos primeros momentos tuvo formas simples, totémicas, zoomórficas… Y fue humanizándose y haciéndose más abstracto en las religiones monoteístas, que son la únicas de las que se puede decir, propiamente, que creen y tienen “Dios”.


El ámbito y el poder de las religiones se ha ido reduciendo y transformando, en virtud del grado de misterio que contienen las distintas formas sociales. El éxito del Islam, como doctrina explicativa del mundo, es hoy mucho menor que hace cien o cincuenta años. Otra cuestión es el movimiento político islámico, que usa el Islam como podría haber usado la nación o la clase.
Los dos condicionantes históricos de la religión son las dimensiones del misterio (es decir las formas y extensión del conocimiento) y los modos de la asociación (la organización social). En virtud de la evolución de estos dos condicionantes, la religiones han ocupado un lugar y una función u otra.


Esta asociación entre conocimiento y formaciones sociales hace que el revival de las religiones esté vinculado con el intento – reacción - político de reconstrucción de antiguas formas de dominación: patriarcado, tribalismo, teocracia, autoritarismo clerical, etc.
¿Por qué les preocupa tanto, por ejemplo, a las religiones monoteístas, el matrimonio homosexual? ¿Por qué son tan misóginas y tan homófonas? Es mucho más probable que alguien sea condenado moralmente por las iglesias, por cuestionar las posiciones en que debe realizarse la penetración, que por poner en duda el argumento ontológico de San Anselmo.
Pero tanto el misterio como la necesidad de pertenencia, por muy primitivo que parezcan, van a seguir estando presentes en nuestro futuro. La realidad, como el conocimiento, son performativamente abiertas, inacabadas: las preguntas fundamentales generan preguntas y las respuestas aún más. Y de momento no se adivina, en el horizonte, la desaparición de la “necesidad social religiosa”. Seguirá habiendo personas que necesitan agruparse y blindarse frente al misterio.


Podemos, incluso, preguntarnos legítimamente si ese reconocimiento del carácter ontológico del misterio, si esa epifanía de lo desconocido que es la “imaginación religiosa”, no forma parte de todas las formas de conocimiento humano. Heidegger creía que la ciencia no era sino la realización última de la ontoteología occidental (y no le faltaba razón, si a la genealogía conceptual de la misma nos atenemos). Así pues, la pregunta política no es si aspiramos a la superación de la religión, sino cuál puede ser la forma futura que nos permita una religión que ayude a la supervivencia, la libertad y la felicidad de nuestra especie. Esbozo aquí diez retos que debe superar la religión del futuro, para ser razonable:


1. El ecumenismo.
Es necesaria una teología ecuménica que, sin perder las variedades religiosas de cada iglesia o credo, permita integrar y armonizar, en una misma teogonía y teología, las distintas formas religiosas. Cada una de las religiones existentes deberán autorepresentarse como una, entre otras, experiencias legítimas, e igualmente verdaderas, de lo sagrado. Necesitamos un cosmopolitismo religioso. Algo así como una mínima y básica religión común y universal.

2. El diálogo con la ciencia:
La gran competidora, con la religión, en la explicación del misterio, es la ciencia. O la religión es capaz de armonizar e iniciar un diálogo constructivo con la ciencia o no tendrá futuro (salvo como reacción contra la misma ciencia). La religión del futuro ha de ser una metafísica de la ciencia.

3. El pluralismo moral.
Sobre la base de una mínima ética universal y común, las religiones han de permitir integrar formas de vida y códigos de moralidad íntima, abiertos y plurales.

4. Una religión democrática.
Las formas sociales asociadas a la religión han de ser democráticas. Es decir, respetuosas con las libertades individuales y con la legitimación democrática de cualquier forma de poder. Esto implica el abandono de las formas autoritarias, que han estado asociadas a muchas religiones.

5. El género.
Las mujeres han sido las grandes sacrificadas en las religiones monoteístas. Su marginación ha constituido un fundamento del mismo discurso religioso. La eliminación de cualquier forma de desigualdad, dominación o discriminación de género de la ideología, pero también de las estructuras religiosas, ha de ser uno de los retos más relevantes y difíciles de la religión del futuro.

6. La renuncia a la política, en favor de la cultura.
La religión ha de abdicar de cualquier aspiración a organizar la vida pública. La religión del futuro deberá auto-limitarse a ser una fuerza de producción de sentido (cultural).

7. La gestión del misterio.
Este ha de ser el espacio de actuación de la religión. Dar sentido allí donde ni el sentido común ni la ciencia son capaces de ofrecer una explicación útil y gratificante.

8. La ruptura con el antropocentrismo.
Una religión de la naturaleza que sea capaz de sacralizar y reconocer los profundos vínculos entre humanidad y animalidad, entre cultura y natura. Una religión comprometida con la salvación del planeta.

9. El ateismo.
El reconocimiento de la positividad ontológica del ateismo.

10. Una religión materialista que suprima el dualismo espíritu/materia.
Un religión monista, más cercana a Aristóteles y más lejana de Platón.

Una religión capaz de abordar estos diez retos será una religión útil. Y quizás se podría decir que hasta necesaria, para el apasionante y difícil futuro del planeta.

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