11 mayo 2007

Entre sádicos y banales

En la información que publica el sábado 14 de abril, sobre la manifestación contra el maltrato animal, celebrada en Sevilla el día anterior, me atribuye una clasificación clínica sobre la conducta de los aficionados a las corrida de toros, en concreto: el sadismo. Aunque la noticia contiene inexactitudes tan menores como capciosas, quisiera hacer dos precisiones sobre el diagnóstico que me asigna y que comparto.La presencia del sadismo en la literatura taurina (placer obtenido a partir de la producción u observación del sufrimiento de otro) es tan abundante que incluso existen numerosos relatos, películas, declaraciones de toreros, espectadores (incluso espectadoras) que declaran una fuerte excitación sexual, ante la tortura y muerte de un mamífero superior, como usted, señor Director, o como yo. Por tanto, no somos aquellos y aquellas (sobre todo aquellas) que estamos contra este festejo cruel los que hemos descubierto esta perversión (toda satisfacción, excitación o impulso sexual no genitalizado), en el mundo de la tauromaquia. Dicho lo de perversión con el mayor respeto, pues sabemos, al menos desde Freud, que la sexualidad humana es siempre, en un grado u otro, perversa.La segunda precisión que querría realizar es que no considero que todos los aficionados sean sádicos. Es más, creo que son una minoría. Pienso que la mayoría padece una patología moral mucho más grave, cual es la insensibilidad ante el sufrimiento del otro, de ese mamífero superior, que, como usted o yo, señor Director, es el toro. Se trata de una expresión concreta de la tesis de H. Arendt sobre la banalidad del mal. La mayoría ni siquiera ve o siente el sufrimiento del animal. Por tanto, señor Director, cada cosa en su sitio: no todo es sadismo, a las cinco en punto de la tarde. También hace el paseíllo la terrible banalidad moral de los que no sienten, pero sí consienten.

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