31 enero 2006

DESTRUIR UNA IDEA SIN ROZAR LA PIEL DEL AUTOR


Esta frase de Bernard Show, entresacada de un artículo de Félix Ovejero Lucas, me ha hecho repensar sobre la necesidad de crear las condiciones deliberativas para que se produzca esa situación ideal en el debate político, científico o social. Porque lo cierto es que hoy existen procedimientos de debate en los que se acaba, y se busca, por destruir al autor, sin rozar una sola de sus ideas.
Para que se den las condiciones de la “comunidad ideal dediálogo”, de las que habla Habermas, son necesarias condiciones estructurales e institucionales mana de una cierta ideología de la razonabilidad, presente en la mayoría de los potenciales participantes y en las mismas premisas constitutivas del diálogo. Una primera condición, obvia por otro lado, es que haya ideas. Es decir, que las ideas expresadas no sean una mera cubierta retórica de intereses o de expresiones emotivas. Porque, cuando no hay ideas, la centralidad del autor, el riesgo de caer en la subjetivización, es mucho mayor. Esto no significa que si no hay ideas está legitimado el ataque al individuo o el argumento ad hominen. Pues, aún en la ausencia de ideas, lo que se debe debatir es, precisamente, la ausencia de ideas y no quién es responsable de dicha ausencia. Siempre hay posibilidades para el debate, ideas en oposición al simple enfrentamiento entre individuos.
¿Pero cómo podemos saber que no hay ideas? Bueno, esto no es fácil, ni existe ningún procedimiento automático de detección de la nihilidad de ideas. Pero, sí hay algunos indicadores que nos deben de poner alerta. Por ejemplo, cuando no se respeta el principio de no contradicción. O bien cuando se invocan fundamentos irracionales (el discurso religioso), cuando se hacen juicios de intenciones en abierta contradicción con los hechos o sin alusión alguna a los mismos, argumentos cuyas consecuencias conducen al absurdo. Todo discurso que es inmune a la argumentación no es un discurso de ideas, sino de intereses o de expresiones (expresan emociones o sentimientos).
El expresionismo es la forma más éticamente ingenua de vulnerar la racionalidad y la razonabildad de los discursos. Por ejemplo, alguien sostiene una opinión por que esa opinión es la contraria a la que sostiene alguien al que se odia o se desea hacer daño. Muchas de las cosas que decimos, escribimos o sostenemos sólo persiguen expresar deseos, emociones, o sentimientos. La mayoría de los enunciados expresionistas tienen naturaleza preformativa; en la misma enunciación reside la realización del acto enunciado. Los enunciados performativos son siempre verdaderos, salvo cuando se les disfraza de enunciados descriptivos o denotativos. Hay otras perversiones menos inocentes, como las que están motivadas por el encubrimiento de los intereses. Se afirman, sostienen o apoyan aquellas ideas que benefician más claramente los intereses particulares.
Rememorando a Popper, podemos afirmar que todo enunciado que no esté sometido, dispuesto, a la contra argumentación (y, por tanto, no es inmune a toda argumentación) no es un enunciado racional y razonable de ideas, sino mera retórica de intereses o expresión de emociones y sentimientos. Ni que decir tiene que en los discursos políticos o científicos debemos depurar lo máximo posible los enunciados retóricos o expresionistas, el contenido de de la deliberación pública.
Pero no todo, claro, especialmente en política; en los discursos hay también conductas. Y este plano es también relevante para el análisis del discurso, pues sitúa a éste en el último plano de su comprensión, el plano pragmático (yo soy de los que piensa que la semántica se resuelve en la pragmática). ¿Es final y fatalmente ineludible incluir a los individuos en el proceso deliberativo? Pues tampoco, ya que en el análisis de conducta lo relevante es la conducta, los hechos comprobables y extensos, y no las intenciones o los individuos mismos. Debemos discutir sobre las conductas con la misma fría y distante posición que adoptamos ante el cambio climático o los maremotos.
El debate social (ya sea político o científico) requiere que se realice sobre él un proceso que ya ha tenido lugar en el arte contemporáneo (El arte siempre ha cumplido una función de anticipación por las formas, una especie de prospectiva formal, por eso, por ejemplo, el figurativismo clásico no es hoy una expresión artística válida en pintura. Puede que sea pintura, pero no es una pintura artística): la deshumanización de la deliberación. Entendida esta deshumanización al modo en que lo entendía Ortega y Gasset en su trabajo sobre la deshumanización del arte. O como lo entiende la ecología política, fuera de la órbita de la ideología sobre lo humano, que representa el Humanismo dualista y mecanicista auténtico, heredero del irracionalismo religioso y progenitor del nacionalismo esencialista.
Francisco Garrido

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿podemos difundir textos de este blog en algun medio de comunicacion de internet de asturias?

saludos

Joaquin
Los verdes de asturias