28 marzo 2007

Por qué los ecologistas estamos en contra de las Corridas de Toros



Las corridas de toros son crueles, violentas y suponen el maltrato público y espectacularizado de la muerte y tortura de un mamífero. Quien niegue esto es que no tiene ojos en la cara o es un redomado mentiroso. Esto no tiene discusión, sino a riesgo de poner en peligro nuestra salud mental. Por tanto, el problema no reside ahí, sino en el hecho de que esta violencia y maltrato está legitimado éticamente.
A favor de la legitimación de las corridas de toros, se suelen usar cuatro argumentos y un contra-argumento:

(i) Argumento estético o artístico: La corridas son una obra de arte que genera belleza.

(ii) Argumento de la tradición o nacionalista: Las corridas de toros son una seña de identidad española y forma parte de nuestra tradición, que hay que respetar.

(iii) Antropocéntrico duro o excluyente: la especie humana es el centro de todo y debe tener, para su uso libre, al resto de la naturaleza. Y, al igual que nadie reivindica los derechos del mármol, del acero o de la arcilla, ante la obra escultórica, no tiene sentido reclamar nada ante el sufrimiento y la muerte del toro a manos del artista, que es el torero. Existe un abismo ontológico entre la especie humana y las restantes especies animales, de tal modo que conceptos como “sufrimiento”, ”maltrato”, “tortura” o “derechos sólo son aplicables a los seres humanos y nunca a los animales, cometiendo una falacia categorial.

(iv) Argumento ecológico o conservacionista: si no fuera por la tauromaquia, la raza del “toro bravo” y el ecosistema de la dehesa habrían desaparecido.

(v) Contra argumento de reductio ab absurdum: No se trata de un argumento positivo que demuestre la legitimidad de la tauromaquia, sino que trata de desmontar la legitimidad de los argumentos contrarios a las corridas, mostrando que conducen a la contradicción o al absurdo. Se trata de mostrar que proteger a los toros lleva a proteger también a las moscas, las cucarachas o las bacterias del intestino (lo que hemos llamado la falacia de la transitividad de los derechos), o que existen casos de maltrato peores que las corridas, como las granjas de cerdos.

Los argumentos (i y ii) son inadmisibles en una sociedad moderna, pluralista y democrática. Nadie, en ninguna otra situación, puede admitir que el placer estético o la tradición son fuentes de legitimación de acciones que dañan gravemente a otro, aunque este otro sea un animal. Sólo un sádico (imperativo del placer) o un nacionalista xenófobo (tradición) puede admitir tal legitimación. Pero ambos están fuera de la universalidad del la ética y del derecho moderno. ¿Por qué admitirlo, entonces, sólo para los toros? Y no vale argumentar que la tauromaquia tiene un pozo cultural enorme (eso que se cita de los poetas, pintores, músicos…), porque también tiene un poso cultural enorme la guerra desde el Peloponeso, y nadie reivindica la promoción de la guerra con fines culturales o artísticos. Ni la tradición ni el arte son, pues, fuentes de legitimación moral exclusivas o principales.

El cuarto argumento (iv) es de naturaleza complementaria y, ad hoc, usado más como apoyo a los otros argumentos, que como un argumento en sí. Sólo sería discutible si la tauromaquia fuera la única estrategia posible de conservación del toro o de la dehesa, cosas ambas que son abiertamente falsas. Es mentira que las dehesas usadas por las ganaderías de toros bravos estén ecológicamente bien conservadas. Los toros bravos no son una especie, a los sumo una raza, y pueden conservarse como otras muchas razas y especies, sin necesidad de maltratarlas. Igualmente ocurre con la dehesa, pues existen muchos espacios naturales protegidos sin toros bravos. La biodiversidad no depende de la tauromaquia, sino de políticas sostenibles efectivas.

El contra argumento de reductio ab absurdum ignora que la protección frente al maltrato se realiza en base a las cualidades del animal y que, por tanto, no vale aplicar la misma protección (derechos) a un toro que a una mosca, porque toro y mosca tienen condiciones y cualidades distintas. En todo caso, hay que evitar el sufrimiento lo máximo posible, y no parece que este sea el fin de la tauromaquia. Finalmente, es bien cierto que existen otras muchas formas de crueldad con los animales, más allá de las corridas de toros. Pero somos los ecologistas y los animalistas los que denunciamos y luchamos contra esas otras formas de maltrato.

Por último, nos queda el único argumento (v) consistente, que es el argumento antropocéntrico. El único que, de admitirse, daría legitimidad a los argumentos estético o tradicionalista (i y ii). Pero ese argumento es radicalmente contrario a la ciencia (la teoría de la evolución , la fisiología, la etología, las neurociencias, la genética), que nos demuestran que somos parte de un continuo biológico y evolutivo, y que, por tanto, no existe ningún abismo ontológico entre la especie humana y las restantes especies. Y es fundamentalmente contrario a la conciencia y a la ética ambiental y ecologista. Si consideramos que la naturaleza, toda, incluidos los animales, está ahí como cosa disponible, para que hagamos con ella lo que nuestro capricho quiera, entonces estamos asentados sobre la base ideológica que ha conducido a la crisis ecológica del planeta. No se puede ser ecologista y pensar que existe un abismo insuperable entre animalidad y humanidad. No se puede ser ecologista e y no reconocer la fraternidad entre humanos y el resto de la comunidad biótica. La mayor sensibilidad ante el sufrimiento o el maltrato de los animales es un ecoindicador del grado de sensibilidad y de conciencia, ante los gravísimos problemas ecológicos existentes en los momentos presentes.