Este año 2007, le han concedido el premio Nobel de la paz a Al Gore y al Panel Intergubernamental del Cambio Climático, por su “guerra por el clima”. Esta es una magnifica noticia para todos, y, en especial, para el ecologismo mundial. Pero no es de ese Nóbel del que quiero hablar ahora, sino del Nóbel de economía, que ha recaído en un colega del célebre K. Arrow (el del teorema de imposibilidad), L. Hurwicz, y en dos de sus colaboradores (Myerson y Maskin), por sus trabajos sobre el diseño de mecanismos en la toma de decisiones eficientes. Estos trabajos están basados en instrumentos metodológicos, provenientes de la teoría de la elección racional y de la teoría de juegos. Es la tercera vez, en los últimos diez años, que se premia a economistas que trabajan con este tipo de instrumentos y con objetivos similares (es el caso también de Th. Shelling), centrados en el diseño de estructuras de toma de decisión (institucionales o no), eficientes y racionales.Viene a cuento, esta reseña sobre el Premio Nobel, a propósito de la importancia que se atribuye, no sin razón, en la actualidad, a los “diseños institucionales o de mecanismos”, en la producción de un tipo de resultado u otro, o en el fomento de un comportamiento o de su contrario. Por encima de la intencionalidad, e incluso en ocasiones de los intereses o preferencias de los agentes, existen situaciones, mecanismos o diseños institucionales que conducen, o mejor dicho, favorecen, de forma casi fatal, un tipo de resultado y de conducta. El modelo de acuerdo preelectoral con el PSOE que optamos, en el año 2000, sólo podía ser válido de forma transitoria, con fecha de caducidad y con un esfuerzo de control enorme, difícil de alargar en el tiempo. ¿Por qué? Aquí viene, en nuestro auxilio, la teoría de la elección racional: partimos de que el óptimo paretiano (esa fórmula o alternativa que permite que todos ganen lo máximo y nadie pierda más que otro) de una organización es aquel punto en el que confluyen o coinciden los esfuerzos por la maximización de los intereses individuales de sus miembros y de los intereses corporativos de la organización.
Tal óptimo es muy difícil de conseguir en este modelo de acuerdo pre-electoral, más si tenemos en cuenta que no hay presencia parlamentaria autónoma de Los Verdes de Andalucía.¿Cómo? La confluencia sólo es posible gracias a la renuncia moral a los intereses individuales, y no a una confluencia estratégica y mecánica de intereses diversos. En definitiva, el óptimo sólo existe si se produce una estricta subordinación moral de los agentes a la organización (y hay una organización activa y fuerte que ejerce tal subordinación). Sobre el débil suelo de la ética, es muy costosa la salvaguarda de los intereses corporativos de LVA. Y es, además, muy difícil, pues exige unos costes de renuncia y de autocontrol que es harto complicado de soportar, a lo largo de mucho tiempo.
Si partimos de que el interés individual de los agentes de la organización (como los cargos públicos), que participan con mayor dedicación en el acuerdo, es continuar haciendo lo que hacen (es decir, seguir siendo cargo público). Este objetivo no se maximiza consiguiendo que la organización tenga mayores éxitos (como ocurre en las elecciones en solitario: el interés de un alcalde de seguir siendo alcalde confluye con el interés de su partido de seguir siendo el más votado), sino sirviendo y agradando a quien concede el “salvo conducto” para la continuidad. Y este no es el electorado (que vota y elige partido y persona) sino el socio mayor (PSOE). Y puede muy bien ocurrir, y de hecho ocurre, que el socio mayor no selecciona a los agentes del socio menor, en función de su utilidad para la organización, sino de la utilidad y comodidad para ellos. El objetivo de maximizar el interés individual de un asociado de LVA se consigue siempre mucho mejor llevándote bien, es decir coincidiendo con las demandas y preferencias del PSOE (y renovando siempre los acuerdos), que optando por una posición crítica y favorable a las preferencias de LVA.
En definitiva, el modelo de decisión que genera el actual acuerdo con el PSOE de corte preelectoral (y sin presencia parlamentaria) favorece institucionalmente, es decir, por encima de la intención de los agentes individuales, la docilidad y sometimiento acrítico al PSOE y la perpetua renuncia a comparecer ante el tribunal de las elecciones. Contra más avanza en el tiempo este modelo de acuerdo, más aparecen estas determinaciones mecánicas y más difícil es mantener la economía moral como conducta, y opinión, mayoritaria dentro de LVA.De estos peligros fuimos muy concientes, desde el comienzo de este acuerdo, allá por el año 2000. Por eso, desde un principio, los que propusimos el pacto con el PSOE incidimos en varios aspectos: la necesidad de presencia parlamentaria, el mantenimiento de una organización de voluntarios mayoritaria, la rotación en los cargos institucionales, la consolidación de una fuerte economía moral (los que propusimos y negociamos el acuerdo nos quedamos fuera de los lugares institucionales) y, por último, el carácter inevitablemente provisional y transitorio de este pacto (hablamos de ocho años).Es obvio que el cálculo de los ocho años no fue desacertado y que el agotamiento de los aspectos más positivos de este acuerdo (políticas públicas y construcción de la organización verde) son ya más evidentes, mientras que los aspectos más negativos (invisibilización, dependencia estructural del PSOE, profesionalización de LVA) son cada vez más insuperables. Por eso, hablamos de agotamiento del modelo (acuerdo preelectoral sin presencia parlamentaria) y no sólo de agotamiento de los contenidos (programa electoral) o de los actores (cargos públicos). Pues el hecho de que se agote el modelo de relación conduce a la inanidad programática (no se cumple el programa del 2004) y a la desaparición institucional (iremos perdiendo presencia institucional). De haberse repetido este modelo de acuerdo, LVA se habría convertido en una subcontrata ambiental del PSOE. El acuerdo del 2000, pero especialmente el del 2004, fueron una fórmula excepcional y transitoria cuyo intento de perpetuación es letal para el proyecto verde.En definitiva, el diseño institucional del modelo actual de acuerdo con el PSOE , hace que Los Verdes miren más al PSOE que al electorado, más al gobierno del gobierno que a la sociedad civil. Y esto es así porque es en el PSOE y en el Gobierno donde están las expectativas y las posibilidades de éxito y no en el electorado, la sociedad o LVA. Y esto no es el producto de ninguna maldad o corrupción moral individual, sino del mecanismo de distribución de pagos (estímulos, refuerzos, expectativa de éxitos) y costes (esfuerzo, riesgo, fracaso) que el modelo de acuerdo condiciona. Hace falta una fortísima inversión en economía moral, para sustraerse de esta lógica.
Tal inversión no es perdurable y sostenible en el tiempo. No podemos asentar nuestro diseño institucional como organización en el presupuesto de “conductas heroicas” de los asociados y asociadas y de los cargos públicos. Debemos diseñar un modelo que, como pedía Kant, funcione con justicia, hasta en una república compuesta de demonios (cuanto no más, en una de ángeles).
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