20 abril 2006

"Esta semana morirán cien personas en la carretera..."


Así comienza un anuncio de la DGT en estas vacaciones de Semana Santa, advirtiendo de los riesgos de este tipo de vacaciones cortas. En estas fechas se hace un uso intensivo del automóvil y se lucha contra el tiempo, abusando de la velocidad, todo con tal de conseguir apurar más los días sin trabajo. Ver y beber más, ir a más sitios, recorrer más kilómetros … y todo esto en menos tiempo, en muy pocos días… En fin, la dictadura de la velocidad.
La DGT advertía de la fatídica cifra, con la ingenua (¿) intención de evitarla o, por lo menos, reducirla. Una profecía que no se cumple porque se anuncia. Desgraciadamente, no han muerto cien, sino ciento ocho personas. Y la profecía auto-negada, no ha funcionado, porque la siniestralidad en la carretera no es un problema de conductas individuales aisladas, sino una consecuencia directa del modelo de transporte, centrado en el automóvil privado.
El aumento de la siniestralidad está vinculado a la velocidad y a los estímulos culturales que fomenta la ilusión de la "inocuidad de la velocidad" y de la "invulneravilidad técnica" del conductor. Tenemos un parque móvil que no ha dejado de crecer, casi exponencialmente, en los últimos veinte años. Tenemos más y mejores vehículos; más y mejores carreteras. Pero seguimos teniendo muchas, muchísimas, víctimas.
Es por ello que el aumento de los accidentes esté directamente conexionado con el aumento de nuevas matriculaciones, que colocan a más vehículos en circulación por las carreteras, a más velocidad, y aumentan la ilusión de invulnerabilidad del conductor.
Entre las causas ocultas - y, lo que es peor, ocultadas - de los siniestros de tráfico, se encuentra lo que podemos denominar la siniestralidad programada o inducida por efectos del diseño del vehículo . Coches o motos diseñadas para adquirir velocidades importantes (tal como se les inculca a los jóvenes que demanden), con un estructura muy débil (para reducir precio, para que puedan pagar los jóvenes) y con una oferta publicitaria y financiera a la población joven. Son los denominados coches voladores los que matan esa enorme cantidad de jóvenes, de entre 18 y 25 años. Sabemos que los elemento del diseño, tanto mecánico, material, ergonómico, como publicitario y financiero del vehículo, van a generar una siniestralidad inducida. Pero casi nadie hace nada para impedirlo.
La DGT, por ejemplo, lleva años ocultando la relación entre marcas, modelos y siniestralidad de los vehículos. En reiteradas preguntas parlamentarias y solicitudes de información, he intentado conocer esos datos que, sistemática e ilegalmente, se ocultan. ¿Por qué no se publican? ¿Dónde queda, entonces, la democracia y la soberanía del consumidor?. La poderosa industria del automóvil impone condiciones al mismo Gobierno. Por mi lado, pienso llegar con este tema al mismo Tribunal Constitucional, si es necesario.
La primacía del vehículo privado responde a su funcionalidad, para el sistema productivista-capitalista, y a su identificación con los mitos del imaginario colectivo masculino e individualista. El automóvil privado es el reflejo del dominio de clase y del domino de género, dentro y fuera de la estructura familiar. Los costes reales del transporte en automóvil privado no están, para nada, internalizados en los precios de mercado del coche. Estos costes son en realidad sufragados, cuando lo son, por los fondos públicos, en mucha mayor cuantía que las inversiones en trasporte colectivo y de bajo impacto ambiental.
Pretender desvincular el siniestro del sistema de transporte que lo produce, desviándolo hacia el ámbito aislado de la responsabilidad individual, es una estrategia de ocultación y de diversión de la naturaleza del hecho.
Francisco Garrido

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