05 septiembre 2006

Las aparentes paradojas de la Ley contra la Violencia de Género


El aumento del número de mujeres asesinadas, diez más que el año anterior, después de la entrada en vigor de la Ley contra la Violencia de Género, es un dato que puede dar pie a interpretaciones y valoraciones profundamente erróneas. Especialmente, por parte de aquellos que nunca quisieron esta ley y que la tuvieron que aceptar a regañadientes.

Esta ley no ha fracasado porque aumenten las víctimas, de forma inmediata. Porque ese no es el objetivo, sino la consecuencia del que sí es el objetivo principal: dotar a las mujeres de instrumentos jurídicos, materiales e institucionales frente a la dominación de género. Esta ley fracasaría si hoy las mujeres no tuvieran más poder para defenderse de la violencia de género y para reafirmar su libertad, su autonomía y su seguridad. Y eso no ocurre ahora por que esta ley ha posibilitado más poder y más igualdad a las mujeres.

La ley va dirigida a la raíz del problema, que no es, sino, la dominación y la desigualdad de género de los hombres sobre las mujeres. Y es de esta raíz política y social de la que surge la violencia , el maltrato y el asesinato. Ante el aumento del empoderamiento de las mujeres, la violencia del dominador, en un primer instante, como que en el que estamos en estos meses, se radicaliza y extrema. Ha sido siempre así, en todo proceso de emancipación. Esta es una ley que atiende a un problema político, no sólo a conductas individuales desviadas. Sin abordar este problema político de la dominación de género, es muy difícil que remita la violencia o el maltrato. Al igual que si abordara el racismo, sería muy difícil que se redujera, significativamente, la violencia racista.

Esto no implica que no revisemos, críticamente, tanto la ley como su aplicación, para mejorarla y detectar vacíos, errores, insuficiencias que facilitan la labor de los maltratadores y asesinos. Son muchas las cosas que quedan por hacer en esta materia, y es urgente e imprescindible hacerlas. Pero ese no es el núcleo central de la cuestión. El núcleo central, lo repito de nuevo, es la dominación institucionalizada de género.

Para entender mejor la naturaleza política y compleja de los asesinatos de género, es preciso analizar cómo la totalidad de los cincuenta asesinatos que ha habido, en lo que llevamos de año, se han producido cuando la mujer ha dicho no al maltrato, no a la dominación o, sencillamente, ha pretendido elegir su propio camino. Bien por que ha roto la relación sentimental, bien por que ha solicitado el divorcio o porque se ha alejado físicamente del control del hombre. El asesino de género lo que pretende matar, con el crimen, es la libertad de la mujer, que le resulta insoportable. Por ello, si ese es el objetivo del asesino, es el bien que trata de proteger la ley.

Veamos algunos datos más, en este sentido. De las cincuenta mujeres asesinadas (escribo a la altura del 2 de septiembre), más de la mitad han sido asesinadas por sus maridos (57%) y las restantes por sus novios o compañeros. El 40% de los asesinos, o se ha suicidado (el 26 %) o lo han intentado (el 14%). De aquellos asesinos que ni se suicidan, ni lo intentan, el 43% se entrega voluntariamente, y el restante 57% es detenido sin muchas dificultades. De tal modo que, la totalidad de los asesinatos de estas cincuenta mujeres, o están muertos o están detenidos.
Como se puede ver, por medio de este breve resumen de datos, nos encontramos ante un tipo de criminalidad especial. La función disuasoria de la amenaza de la pena es pavorosamente inútil, cuando el delincuente busca su propia autodestrucción o se entrega voluntariamente a la justicia. Pero la violencia de género no se limita al asesinato, sino que incluye prácticas constantes y cotidianas de maltrato que, sí pueden ser previstas y evitadas por la ley, y que las estadísticas oficiales no reflejan, por la enorme dificultad de medición de las mismas. Y en este capítulo sí que estoy convencido que la ley está ya teniendo efectos positivos de disminución. Y el tiempo lo dirá. Una prueba de ello es el aumento de la denuncias y, desgraciadamente, otra vez la cruel paradoja de la emancipación, en el aumento de los asesinatos.

Aquí vale también aplicar esa feliz y famosa frase de Antonio Gramsci “del optimismo de la voluntad y del pesimismo de la inteligencia”. Que sigan creciendo los asesinatos de género no es ningún fatum que haya que aceptar cono inevitable. Podemos y debemos detener esta espiral enloquecida (optimismo de la voluntad). Pero los éxitos de esta lucha y de esta ley no se pueden medir en exclusiva por el número de víctimas (pesimismo de la inteligencia), sino por el grado de libertad y seguridad que ha dado a las mujeres. Y ese es, hoy, más alto que el que tendrían, y tendríamos, si no tuviéramos una ley como esta.

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