22 noviembre 2007

Majestad, ¿Por qué no mandó usted a callar al Caudillo?


Decía Russell que a los políticos de izquierda ingleses les pasaba, con la Monarquía, como a los físicos con el principio de causalidad: no los criticaban porque los entendían inútiles e inofensivos. Grave error, pues tanto por el agujero de la Monarquía como del principio de causalidad retornaban viejas ideas que se creían ya felizmente superadas. Y son estas viejas ideas, emblemas del pasado más negro de España, las que se colaron ante mis ojos, cuando ví al Rey de España mandar a callar a un medio indio, medio negro, que es hoy Presidente de Venezuela.


El Rey de España no está para mandar callar, de forma harto grosera, a ningún presidente de otros país democrático. El Rey de España no está para, en gesto de descortesía inusual, abandonar la sala, cuando habla otro presidente también electo. Ni tampoco está para avalar las conductas golpistas de un ex-presidente conservador español, ni para hacer de abogado de las multinacionales ¿españolas?, que están saqueando ecológicamente Latinoamérica.


Por eso, el Rey se extralimitó en sus funciones constitucionales, en la pasada Cumbre Iberoamericana celebrada en Chile. Un Rey, dicen los que creen en eso, que si es algo es porque no es casi nada: no opina, no habla, no actúa, inaugura, lee discursos que no escribe y da mensajes de Navidad. Porque si un rey opina, habla, actúa, entonces ya no es un monarca parlamentario, sino un autócrata puesto que no ha sido elegido por nadie, ni responde ante nadie.


Esta irrupción inconstitucional del Rey en la política exterior española es el fruto de una semilla que se ha ido plantando, desde la muerte del Dictador. Una estúpida sobreprotección de la figura del Rey y de toda la Familia Real, que ha llevado a una situación de completa irresponsabilidad e impunidad que impide, por ejemplo, el control parlamentario o la transparencia económica. En esto mismos días, hemos conocido la sentencia que condena a dos dibujantes por injurias contra la Familia Real. No son los primeros condenados; seguramente no serán los últimos. El silencio del mundo mediático ha sido escandaloso. Entre todos, se ha hinchado de legitimidad a una institución que carece de toda legitimidad democrática y que sólo cuenta con la legalidad constitucional.


Ahora que hablamos sobre la recuperación de la memoria histórica, sería interesante que no sólo desenterremos muertos sino que miremos algo hacia los vivos. La monarquía es el mayor monumento franquista que queda en pie. Si, como algunos aduladores empalagosos han comentado, tratando de justificar la reacción del Rey ante Chávez, el monarca no soporta a los dictadores, cabria preguntar: “Majestad, con todo respeto, ¿por qué nunca mandó a callar al caudillo?”